viernes, 29 de enero de 2010

XY: CROMOSOMAS, IDENTIDAD Y SEXO.


¿Qué significa ser hombre? ¿Cuál es el valor de la masculinidad? ¿Tener pene y testículos es lo que hace a un varón? ¿Son los cromosomas los que dictan la identidad?

Mientras podría escribir líneas y líneas sobre la identidad de género y la importancia de los valores arquetípicos asociados con la hombría, creo que mejor les recomendaré ver y aprender de gente más talentosa e informada que yo. No, no se asusten, no les mandaré bibliografías extensas de psicólogos o filósofos. No. Les voy a invitar a entretenerse, a emocionarse y, quizá, cuestionarse con la mejor serie que se ha producido en este país en años. Quizá en décadas.

A finales del año pasado comenzaron a verse en todas las estaciones de metro grandes desplegados que anunciaban esta serie. Lo primero que me resaltó fue el tono y sobriedad de los anuncios. Un diseño preciso y elegante acompañado de frases claras como “¿Si le doblas la edad a tu novia… eres más hombre?” o “¿Si eres el que manda… eres más hombre?” fueron suficiente para llamar mi atención. Y para picar más mi curiosidad, el logo de Canal Once dejaba claro que sería una nueva apuesta de la televisión pública, poco dada en este país a correr riesgos innecesarios y de creatividad algo limitada (les recuerdo “Fonda SuSilla” o “El Diván De Valentina”). Sin embargo el tema parecía tan claro, tan fuerte, que supe que tendría que verla.

En los últimos años ha habido una decisión consciente (dejada casi siempre en manos de gente inconsciente) de alcanzar al resto del mundo y realizar series en un estilo competitivo a nivel internacional, es decir; en formato gringo: Grabadas en técnica cinematográfica, con 13 a 22 episodios al año, divididos en temporadas, una por año, etc. Con esto, me he tenido que recetar refritos de series extranjeras, en particular argentinas (Mujeres Asesinas, Los Simuladores, Hermanos y Detectives), o productos nacionales con mayor o menor éxito (El Pantera, S.O.S. Sexo Y Otros Secretos, Ellas Son La Alegría Del Hogar) pero que definitivamente no harán historia en la televisión. Así pues, llegué con escepticismo a ver esta nueva propuesta. Para mi sorpresa, me enfrenté a una de las series más inteligentes producidas jamás, ya no hablemos de México sino en cualquier parte del mundo. Al nivel de Desperate Housewives, The Practice o The West Wing. XY es, en éste y cualquier otro sentido, una agradable anomalía.



Sin contar mucho de la trama, la serie cuenta las historias de un grupo de hombres que trabajan en una revista “para caballeros”- como se les conocen ahora, que no necesitan desnudos pero sí hacen exaltaciones de la testosterona, a la Maxim o FH- y cómo ellos mismos se enfrentan cada día con su labor, no sólo periodística, sino la de ser… HOMBRES. La historia comienza cuando la dirección de dicha publicación cambia y se pone a manos de ARTEMIO MIRANDA, periodista y catedrático que ve en la oportunidad de dirigir XY (que así se llama el pasquín) el camino de revivir su carrera, dando un giro rotundo a una revista de modelos en bikinis y artículos de coches, a una publicación que se encargue de desenmascarar la masculinidad en el siglo XXI. Hombre acosado por sus propios dramas y fantasmas, Artemio es la columna vertebral de la editorial, así como de muchas de las tramas.

Entre los colaboradores se encuentran representaciones de distintos tipos de hombres actuales- y de toda la vida, vamos, que los problemas de la masculinidad vienen siendo los mismos desde la Era Victoriana a nuestros días-, que crecen y se enfrentan a sus deficiencias, soledades y demonios con distintos resultados: Periodistas que no han aprendido a crecer, que se casaron jóvenes y callaron sus verdaderos deseos. Publirrelacionistas que van por la vida con el pito de fuera, uno presumiendo una novia con la mitad de años que él, otro que busca acostarse lo que se mueva. Correctores de estilo de la tercera edad, cuyos conocimientos literarios se ven reducidos a corregir artículos de niñatos sobre iPhones o tipos de licor. En cada uno de los personajes que habitan ese pequeño universo representativo de nuestra sociedad, como lo es una pequeña oficina editorial, hay algo de cada hombre que conocemos o que somos. Y que buscan desesperadamente esa identidad que nos reafirma como más que varones a nivel simplemente biológico.

Y las mujeres que acompañan en este viaje a los personajes masculinos bien podrían sostener su propia serie. Esposas, hijas, fotógrafas, secretarias, ejecutivas. Cada mujer que aparece en pantalla es detonante de sentimientos, sensaciones, confusiones. Féminas en tres dimensiones, alejadas de las desoladas heroínas de telenovelas y de las perras que series con menor calidad nos tienen acostumbrados a ver. Sin caricaturas ni concesiones, las mujeres que pueblan el universo de XY están llenas de deseo, de necesidades, de fortalezas, de ambiciones, rencores, historias. He leído que al ser una serie que explora la masculinidad, XY es una serie de nicho, que no apela al gusto general y las mujeres pueden no sentirse del todo cercanas a las historias que se cuentan. Yo, por el contrario, defiendo la pluralidad que los escritores han logrado plasmar en pantalla, sabiendo que las mujeres que aparecen a cuadro son verdaderas hembras con las que relacionarse.

Cada episodio es, como en los mejores momentos de la televisión, un tema claro a desarrollar, que detona y toca a cada personaje, de formas distintas y nada condescendientes. Guiones hechos con un cuidado quirúrgico tejen dichos temas a través de vidas y conflictos diferentes, de forma que aquello que se tiene que decir queda claro al finalizar el episodio. En medio de dichas exploraciones, cada capítulo tiene un personaje que representa el tema; un entrevistado, a cámara, que habla con honestidad de sus experiencias sobre determinada circunstancia: Un ex-pandillero que traiciona a su banda entregándola a la policía como muestra de valor. Un médico que paró en la cárcel por ejercer la eutanasia como acto de compasión. Un alto ejecutivo que se deja someter por dominatrices profesionales para relajarse de la carga del poder. En cada minuto televisivo el tema central está latente, constante, como mapa, camino y meta de unos guiones soberbios.

La dirección merece nota aparte. Cada parte de la producción de esta serie se ve medida, controlada, nada sobra y nada se echa de menos. Realizada con recursos modestos, la serie hace muestras de elegancia haciendo de esto su fuerte con una ambientación a toda prueba. Se nota- porque SE NOTA- la clara pretensión de desligarse tonalmente del grueso de producciones mexicanas. El director conduce con mano de hierro a todos los actores, bajando, subiendo, tratando contra todo pronóstico de mantener un aire de realidad que, en general, en México no existe en televisión. Los actores, los que más los que menos, se ve que sufren por escaparse de los lugares comunes a los que están acostumbrados a recurrir, siendo el melodrama costumbrista en tono (casi) patético de las telenovelas el grueso de las escuelas de actuación, por lo que mantenerse sobrios y ligeros, sin azotarse ni perderse, se ve que cuesta trabajo y cada segundo en que lo evitan se agradece profundamente. Hay episodios, sobre todo a la mitad, donde se ve que cuesta más trabajo, pero en general el resultado es totalmente novedoso para la televisión nacional (producciones de Argos incluidas).

Creo que ya me extendí demasiado, y me quedaron muchos temas en el tintero; los momentos tremendos en que tocan y atacan la realidad política y social de nuestro país, el manejo de diálogos con un lenguaje fluido y coloquial, la exploración de la homosexualidad sin clichés y sin demeritar un centímetro la identidad masculina sin importar con quién te acuestes. Es, en suma, una serie madura para otros tiempos y otra televisión. Quisiera creer que es el primer paso para una nueva etapa en los medios en mi querido país… pero a quién engaño: XY es una agradable anomalía. Y así se quedará… al menos hasta que pueda ver BIENES RAÍCES.


Suerte y hasta pronto.

Francisco Espinosa.

lunes, 18 de enero de 2010

LA DESESPERANTE ESPERA ESPERANZADA.


El paradigma aristotélico nos plantea que toda historia está formada de tres partes y dos puntos de inflexión: El relato inicia, planteando protagonistas y su status quo. Algo pasa que altera dicho status y provoca que el protagonista quiera recuperarlo. Se desarrolla la trama- segunda parte formal en el esquema- con todos los impedimentos y pequeños, o grandes, enfrentamientos en que el protagonista busca salir bien librado y conseguir su objetivo, peleando una y otra y otra y otra vez en un inacabable desfile de fuerzas opositoras hasta que, en el segundo punto argumental, algo de suficiente magnitud vuelve a ocurrir que cambia por completo el conflicto y deja claro que ese añorado estado de paz y estabilidad que se tenía al principio es imposible de recuperar, lo que obliga al protagonista a que, en el desenlace, clímax o resolución- que son los nombres mayormente otorgados a la tercera parte del diagrama aristotélico-, haga una acción definitiva para liquidar todos los conflictos y el relato termine. Si el trabajo cumple su cometido, para este momento tanto audiencia como protagonista han logrado una conexión tal que el final alcanza niveles catárticos para todos, no siempre agradables o felices, pero emocionalmente fuertes y que dan la sensación de tarea cumplida, de obra terminada, de poder cerrar el libro, salir del cine, teatro o cambiar de canal y poder dedicarse a otra historia.

Al menos, esa es la teoría.*

Como narrador he dedicado mi vida a ese esquema, analizarlo, desmenuzarlo, comprenderlo. Es un método que funciona y todo escritor que se precie será lo primero que recomiende seguir. Por milenios ha sido la forma en que la narrativa está construida y seguirá construyéndose, con todos los cambios y avances que se pueda tener. Así pensamos. Así contamos. Así recordamos… pero no vivimos así.

La parte que La Poética no dice (quizá porque no era el lugar y buena parte de estas cuestiones están exploradas en otras obras, tanto del mismo Aristóteles como de otros tantos filósofos y pensadores a lo largo de la historia) es que la existencia humana es un largo, larguísimo segundo acto. De pronto hay cosas que alteran la comodidad en que vivimos, por un tiempo buscamos, peleamos y pareciese que estamos a punto de alcanzar esa catarsis prometida, pero nunca llega, terminando sólo con unos cuantos inicios y más segundos actos, pegados unos detrás de otros, en sucesión constante y sin final a la vista. Vivimos, respiramos, avanzamos sin detenernos, esperando eternamente esa prometida liberación y pasar a nuestra siguiente historia.

¿Y el final? Sólo queda esperar por él.

Yo he pasado mi vida esperando, viviendo historia tras historia como Ulises en su travesía, como Dante en su descenso, como el hidalgo Alonso, quizá sin tan nobles intenciones, pero aferrándome con la misma desesperación a la locura y las crines de Rocinante. Y el prometido desenlace nunca llega.

A veces cansa este pesado andar de antagonista a antagonista, de conflicto en conflicto, de duda en duda sin resoluciones ni epifanías.

Necesito una catarsis. Quiero un remate. Espero el desenlace.

No me enorgullece decir que hay noches, algunas más que otras, en que pienso poner yo mismo ese punto final, acabar de tajo con este interminable segundo acto y la agotadora espera de una conclusión satisfactoria, aunque no sea un final feliz. Pero soy un narrador; siempre llego a las últimas consecuencias de toda historia, por mala que resulte, así sea para criticarla. Y así veo ya mis días; un innecesario segundo acto alargado hasta el absurdo sin nada más que aguardar el clímax… o los créditos finales, sin resolución alguna.

Mientras… yo seguiré esperan(za)do.

Suerte y hasta pronto.

Francisco Espinosa.

*Hay muchas otras opiniones y posturas en cuanto a la estructura de una historia, así como anti-clímax, negaciones de la catarsis y muchas otras opciones que narradores con muchas ansias, pero en su mayoría poco oficio, quieren imponer. Busquen en la Wikipedia y verán que incluso hay quien se opone vehemente, aunque absurdamente, a los postulados aristotélicos.